miércoles, 2 de febrero de 2011

Algunas exposiciones terminan por ser planas. Para alguien que gusta de la riqueza que brindan las texturas, y en esto realizo un paréntesis: las tramas más sutiles sorprenden como las más enriquecedoras y el estar ante un escenario sin chiste simplemente provoca.

La riqueza visual es tan prioritaria para el ojo educado (o en proceso de búsqueda) como el buen diálogo para el oído y la mente con ansiosos de alimento.

Lo increíble viene cuando el expositor tiene en sus manos, un cúmulo de información valiosa, de aquellas que bien podrían mantenerte al filo del asiento, mas termina por donarla en uno de esos monólogos de aburrición total, donde ni se entiende lo que dice, ni dice realmente lo que buscaba transmitir.

Para cautivar al espectador el encanto debiera ser pleno, abarcando los cinco sentidos: seduce el oído lo mismo que a la vista, engañen mis sentidos con imágenes que me permitan creer que toco las texturas, que huelo los aromas, para enganchar al espectador se requiere menos, al parecer basta con un expositor que domine el tema, que tenga realmente algo que decir y un oído dispuesto a escuchar.

Hay tantas cosas que aún no se han dicho, o que es preciso decirlas de nuevo para no olvidarlas, escucharlas con otros términos, reflexionarlas bajo otros ángulos.
Cada vez que escucho lo que otro tiene que decir, en mi interior suelo preguntarme ¿Qué me estás dando tú, que no me ha ofrecido alguien más?

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